Por: José Echemendía Gallego
Cuando me adentro en la séptima década de mi vida paso revista a lo que esta ha sido y encuentro dos importantes momentos; que a su vez fueron y son, causa directa de otros no menos importantes; el primero ocurrió en 1977 cuando decidí ingresar en el Destacamento Pedagógico “Manuel Ascunce Domenech”, más por necesidad que por vocación y me fui al ISP “Félix Varela”; el segundo, cuando me gradué como profesor en 1981 y estuve en la graduación más grande en la historia de la educación cubana.
En ese momento ya tenía muy claro la importancia de ser profesor, qué papel jugaba en la sociedad y cuánto debía entregarme para desempeñar con dignidad mi trabajo; máxima que hasta el día de hoy me acompaña siempre. Día a día fui descubriendo secretos del magisterio; otros, me los enseñaron compañeros de mayor experiencia; y otros, no pocos, fueron fruto de la investigación y el estudio.
Como muchos docentes me mantuve en el sector en los momentos más difíciles y complejos de la vida nacional en los útimos 30 años (el llamado periodo especial); años en los que descubrí cuánto había de reserva en aquellos hombres y mujeres que habían decidido seguir prestando a la sociedad ese valioso servicio: formar ciudadanos capaces, respetuosos, solidarios, honestos; y sobre todo, revolucionarios.
En todo ese tiempo disfruté del reconocimiento más importante que puede recibir cualquier persona, el de aquellos a los que serví: mis estudiantes; quienes después de graduados donde quiera que me ven me saludan con afecto y siempre acuden dispuestos a ayudarme “en lo que usted necesite”.
En estos días de festejos por la Jornada del Educador deseo transmitir a todos los colegas del gremio mi felicitación, y exhortarlos a continuar entregando lo mejor de cada uno de ellos en el día a día de esta escabrosa, difícil y hermosísima tarea que es educar, para validar así la idea del Apóstol, “Y me hice maestro, que es hacerme creador”.

Y me hice maestro