Por: José F. González Curiel. Profesor de la Universidad de Sancti Spíritus “José Martí Pérez”

Era un día húmedo y agitado aquel glorioso 19 de mayo. Ya juntos, los hombres de Gómez y Bartolomé Masó deciden enfrentar la tropa española. La tarde antes se  había quedado sin terminar la carta del Maestro a su amigo Manuel Mercado, tal como quedara sin terminar el intento de ese mediodía entre los ríos Cauto y Contramaestre, igual que su proyecto de guerra relámpago para evitar la intervención norteamericana, como escribió a Mercado.

En la noche anterior y durante toda la mañana se tejieron sueños, se rehicieron estrategias, se apuntaló la táctica. Antes del almuerzo los tres grandes jefes hablaron a la tropa. Martí hizo hincapié en el sacrificio y el valor como principios de lucha. Tal vez esa fue la causa primera de su acto heroico un rato después.

Hubo contacto con la exploración enemiga y se decide atacar, como siempre nos ha tocado en la historia, en desigual combate. Los españoles superaban en hombres y en toda la logística a los mambises, pero eso nunca fue impedimento, de lo contrario no fuera de glorias nuestra historia.

Los enemigos estaban entre los dos ríos crecidos, al borde de una casona, bien posicionados. Los nuestros se mojan al cruzar la fuerte corriente alimentada por los  grandes aguaceros de la tarde anterior; se agotan, pierden formación.

Inicia el combate y se ataca por diferente flancos, cada jefe con sus hombres. Gómez, con el mando militar en sus hombros, le ha indicado a Martí que ese no era su lugar ahora. Le asigna un escolta, el joven Ángel y le indica que se retiren a un lugar apartado.

Luego de horas de intento no hay forma de llegar al enemigo. Las bajas y los heridos aumentan; el parque y las fuerzas van mermando, hasta que llegado un momento Gómez ordena retirada. Martí, tan lejos no le escucha, solo ve los nuestros retrocediendo. Le había hablado a la tropa de valor y sacrificio. Sin dudarlo dos veces insta a su escolta: ”joven, vamos a la carga”. Saca su revólver del que no pudo disparar ni una sola bala; pincha su brioso corcel y parte raudo al cumplimiento de su deber como jefe máximo de la Revolución.

La maleza a la altura de la montura no deja ver dos columnas españolas que estaban de reserva justo unos metros en la dirección en que salió Martí. Al salir al limpio son blancos fáciles. Pronto su escolta cae herido y el Apóstol es alcanzado por varios disparos. Va desmayando; la vida se va; camina a la inmortalidad; la gloria llega con las balas; la última ya cuando está totalmente cabeza abajo pasando junto a los peninsulares y traidores, le penetra por la parte trasera de la cabeza y sale por la base de la nariz. Cae, al fin para vivir por siempre. Fue consciente al martirio dulce del cumplido patio. Se hizo Apóstol y creció su gloria para dejarnos ricos.

Él tuvo la culpa de todo el sufrimiento de tiranos posteriores: los de la España dominante, los de la República dolorosa y culpable, los del norte brutal o el sur descarrilado, los de adentro y los de afuera, los de antes y los de ahora.

¿Y nosotros? Ah, nosotros, los de un presente no tan distante de aquel Dos Ríos, ni en el tiempo ni en la distancia;  ni en las apariencia ni las esencias. Nosotros somos su herencia, somos tropa teñida de verde con alma blanca y roja.

Rodeados de tantos ríos crecidos y endiablados, nuestros héroes están aquí: el joven que con su móvil en mochila siembra un cantero, limpia una zanja y se prepara; en el no tan joven que con bolígrafo en la camisa reparte alimentos a necesitados, atiende los ancianos o enseña una lección.

De Martí y Dos Ríos, su espíritu; el mismo de muchos que en estos tiempos tan difíciles como aquellos van sembrando, recogiendo, defendiendo, remodelando. No son todos; nunca lo fueron. Suficiente si somos mayoría que no dejaremos morir el espíritu del Maestro, como lo hiciera hace ya ocho décadas la generación del centenario.

Y así seguimos, enfrentando pandemias de cuerpo y alma, levantados indefinidamente contra los descarrilos, alzando las banderas de todo un pueblo, porque Martí es para nosotros más que un hombre, más que un nombre; Martí está en nosotros y en lo que día a día forjamos.         

Nosotros, a la distancia del glorioso sacrificio de Dos Ríos