Por: José Francisco Echemendía Gallego

Cuando ya casi termina la jornada dedicada a los educadores cubanos de este año, en mi mente se dan de bruces ideas contradictorias que son expresión de sentimientos encontrados.

Ya en las postrimerías de mi carrera laboral, 42 años entregados a enseñar y educar a adolescentes y jóvenes, en muy complejas y difíciles condiciones la mayoría de las veces, recuerdo aquella decisión tomada ante la presión de elegir qué voy a estudiar, qué futuro escoger, acompañada también del llamado de la Unión de Jóvenes Comunistas para incorporar estudiantes a la formación de maestros y profesores; entonces, aunque no era de mi preferencia, me decanté por incorporarme al 6. Contingente del Destacamento Pedagógico «Manuel Ascunce Domenech».

En el ISP Félix Varela, de Santa Clara, encontré la solución a mi endeble vocación: un claustro de profesores excelente, docentes calificados, preparados, consagrados, comprensivos, exigentes y amorosos; por ahí, como decimos los cubanos «le entró el agua al coco».

Desde entonces, y hasta hoy, nunca se borraron de mis recuerdos, ni de mi memoria, aquellos profesores, sus enseñanzas, sus clases, sus consejos, sus desvelos. Por ellos, durante toda mi carrera, mi principal afán ha sido tratar de «parecerme» a ellos; no tengo la certeza de haberlo conseguido, a veces me parece que sí; otras, tengo dudas; y en otras, siento que no di lo suficiente; ahora, lo cierto es que a punto de jubilarme, mi trabajo, el tiempo que paso en un aula y lo que puedo trasmitir a mis alumnos, siguen siendo, como hace 42 años, cosas muy importantes en mi vida; siguen siendo motivaciones esenciales para aún, con una salud quebrada, tratar siempre de dar lo mejor de mí; tal y como hicieron aquellos profesores, y hacen hoy los que comparten conmigo la suerte y el privilegio de educar.

¡FELICITACIONES EDUCADORES!

Ser maestro, ser educador