Por: José González Curiel

En el centro de las más amplias y tormentosas polémicas sobre el bienestar humano está Fidel, como ha de estar quien deja huellas imperecederas en todas las dimensiones de la naturaleza humanizada.

Absorbido por la Historia y empujado por ella al humanismo práctico de avanzada, el líder de la Revolución cubana es síntesis conciliadora que abarca las mejores maneras de acudir a la salvación, parado firme al final de una larga cadena que hilvana el pasado con el presente, no solo de su patria.

Tal vez por su formación universitaria, por su apego a la cultura o por las exigencias de su postura crítica ante los grandes cambios que sacudieron el devenir de la humanidad, el Comandante desenredó como nunca antes los hilos que han movido lo mejor del pensamiento de todos los tiempos y dio respuestas coherentes a las exigencias del momento.

José Agustín, Varela, Luz y Caballero, Céspedes y Agramonte, Martí y Varona, Mella y Baliño volvieron con Fidel en su más radical apego al patriotismo como valor, a la independencia como condición, a la ciencia como razón, a la cultura como libertad, al sacrificio por el ser humano como la principal condición.

Similar a quien camina por patio propio explicaba de la sapiencia de los griegos, de las victorias de los romanos, de las hazañas de los bárbaros. Discursos hacía sobre los escolásticos, ejemplos usaba del Renacimiento y compromisos hizo con los ilustrados.

Pero fue en Marx y Martí que encontró Fidel el presupuesto mayor para el amparo; ese amparo que le vino a Cuba movido por sus compañeros de las aulas y la escalinata, los del Moncada y del Granma, los barbudos de la Sierra, los maestros de montaña, los de la fundación del Partido y los de tantas batallas.

Su mérito principal radica en haber liderado un proyecto constructivista y colectivista “para los humildes” en la misma medida en que buscó respuestas a similares problemáticas en otros momentos y lugares para mover a todo un pueblo en el duro camino de rehacer su historia.

Tan estremecedora huella nunca tiene bendición en todas las miradas, pero siempre reconforta a las mayorías y atiza sus esperanzas.

Mérito mayor es forjar el bienestar de tantos en condiciones excepcionales de subdesarrollo, cercado por los enemigos declarados, para lo cual debió estar presto siempre a combinar las glorias con los llantos, ascensos y descensos, momentos buenos y momentos malos, pero a todo hizo frente. Anduvo atento y sabio, para hacer del “¡Venceremos!” la aspiración mayor de los cubanos.

Por eso no murió Fidel en al pasado, porque galopa erguido en lo mejor de las personas, en el camino de cada niño hacia la escuela, en el pulso de cada médico que salva vidas, en el científico que se consume en el esfuerzo para alumbrarnos el presente y en cada rincón donde una sonrisa de esperanza nace de cubanas manos. 

También en cada compatriota que, gracias a su obra, se empina en cualquier parte de este mundo, no importa qué camino haya tomado, no importa lo que diga de su tierra, no importa si está aquí o está allá, incluso algunos que los caminos del Caguairán abandonaron.

Pero al final, en cada una de las virtudes forjadas en esta tierra que andan regadas por el planeta de astronautas, satélites, de bombas inteligentes, de megas y de nanos, está Fidel, fusil en mano, mientras cura las heridas que en nombre del mal al mundo le han causado.

 

Fidel es síntesis