Por: José F. González Curiel

En tiempos de COVID-19, el papel de la autogestión del alumno en la búsqueda del conocimiento, el decrecimiento de la presencialidad en las actividades docentes y las formas a las que acuden los estudiantes con su familia para resolver las tareas docentes fuera del aula, constituyen preocupaciones universales porque deciden los resultados del proceso.

Hay un proverbio muy antiguo que nos enseña: “si le das un pez a un hombre lo alimentas un día; si lo enseñas a pescar, lo alimentas para toda la vida.”

Las complicaciones de la postmodernidad, junto a los adelantos tecnológicos, hacen que, como tendencia, educandos y familia busque alternativas rápidas para resolver las tareas orientadas en la escuela. Son frecuentes las copias de una enciclopedia digital, de un diccionario o de un texto, tarea que por lo general realizan los más expertos en estos trajines o se busca la ayuda de algún especialista.

Por muchas razones, cada día va siendo menos aceptada entre las nuevas generaciones la opción de convertirse en un buen profesional, con un alto nivel de preparación y de conocimientos. Esto tira con fuerza en contra de la dedicación para la adquisición de una cultura sólida, mermando así el desarrollo de habilidades intelectuales necesarias para aprender eficientemente.

No se trata solo de motivaciones en el estudiante y su familia; la escuela como institución formadora tiene su rol. Aquellas mismas razones han limitado la calidad del personal docente y, por tanto, de su capacidad para la adecuada orientación, realización y control de las tareas, apelando a la memoria como única alternativa para fijar los contenidos.

El dictado, la exigencia para que los alumnos aprendan conceptos sin construirlos; la complacencia con aprender las oraciones de un texto sin un análisis exhaustivo; el estudio por guías de viñetas o  “plequitas”; los exámenes donde el alumno se encuentra solo con su memoria, un lápiz y una goma, frente a un papel con preguntas, así como otras muchas manifestaciones anómalas para el correcto aprendizaje aún conviven en nuestras aulas. 

No podemos pedir en el resultado algo que no esté debidamente fijado en el proceso. Si acostumbramos a los estudiantes a aprender memorísticamente, así lo resolverán todo en el futuro, incluso en su vida profesional y personal.

Debemos progresar hacia una educación cada vez más aportadora de habilidades para enfrentar lo que el sujeto se va a encontrar en su. En lugar de dictar conceptos, enseñar a definir; en lugar de aprender a repetir verdades reveladas hay que enseñar los caminos para encontrar nuevas verdades: diferenciar lo esencial de lo no esencial; resumir; ubicarse en el tiempo y en el espacio; conocer las diferentes época; tomar notas; demostrar; refutar; hacer sinopsis; conformar esquemas lógicos y sobre todo, usar adecuadamente las tecnologías que tenemos y que son un buen soporte para el conocimiento.

Las instituciones del entorno han sido permeadas por estos modos antiquísimos de actuar y pudieran ayudar más en las trasformaciones de los sujetos, de la escuela y de la familia. Mucho daño hace algunas formas que, para bien, se atacan actualmente a escala social, pero que su “chapea” no es de media jornada.  El criterio de autoridad como única alternativa de demostrar la verdad; la falsa unanimidad; los análisis por informes; los controles por reuniones; el exceso de normativas donde no las lleva, el secretismo y muchos otros males limitan la capacidad del individuo a tener una visión crítica de la realidad y a pensar por sí mismo.

Si las actuales generaciones que han conformado familia no están preparadas para enseñan caminos de aprendizaje en lugar de verdades ya conocidas, es inútil pedir que ayuden a los más jóvenes para “aprender a aprender”. Eso se forma, se enseña y llevará tiempo.

El Estado cubano hace enormes esfuerzos por volver a llevar al maestro y a la escuela al lugar que deben tener en la sociedad. Mientras tanto, cada vez que en familia le hacemos la tarea al niño o le pedimos a un amigo especialista que la haga, estamos sembrando raíces en los surcos de la ignorancia, de la memoria como única alternativa, de la invalidez intelectual y del perjuicio a la Patria.

Justo recordar entonces lo que bien dijera José de la Luz y Caballero de su maestro Félix Varela, “quien nos enseñó primero en pensar”. Siempre hemos tenido y tendremos que enseñar mejor a pensar como puerta de entrada para la transformación de la realidad.

¿Damos el pez o enseñamos a pescar?