Por: Guillermo Luna Castro. Profesor de Historia en la UNISS. Editor de “Historiadores Espirituanos”

A Guáimaro fueron los representantes de la independencia a construir su primer Estado Nacional, unos imperiosos y soñadores que creyeron que la guerra se podía ganar desde un papel, otros más débiles obligados por las circunstancias y muchos derrochando alegría por la primera reunión de los revolucionarios cubanos en armas que creían realmente en la unidad necesaria.

Esa fue la importancia trascendental de la reunión: por vez primera se habló, discutió, analizó y concluyó sobre la mejor manera de enfrentar los grandes retos de la gesta independentista, se hizo una constitución y la nación tomó cuerpo.

A pesar de todo ello, nació la república en armas con bases inadecuadas, sobre todo sujeta a una constitución tan quijotescamente democrática que no permitió nunca las mejores opciones en la guerra y que, por el contrario, posibilitó hechos lamentables.

En Guáimaro, que fue una fiesta del pueblo que deseaba ser libre, se legalizaron banderas, se crearon los poderes públicos y fue el primer referente democrático cubano, aunque igual viciado ya por algunas prácticas.

Salió perdiendo en casi todo Céspedes, y ganaron los jóvenes más idealistas; lo que no se vio en su real magnitud hasta que cayó el grande de Agramonte.

Por demás Guáimaro demostró la inmensa capacidad patriótica de los luchadores, la responsabilidad con los destinos del país y la imposición de conciliaciones y consensos más allá de la fuerza de las armas –cosa tan importante que después se olvidó- hasta tal punto que si bien hubo formidables encontronazos del pensamiento y las posiciones, fue prevaleciente la honestidad de la mayoría, que no defendía lo propicio para acabar con los contrarios, sino lo que creía mejor para hacer libre a Cuba, y eso tiene un valor incalculable para todos los tiempos.

Guáimaro: el cuerpo de la nación